miércoles, 3 de marzo de 2010

Peces

De pequeña soñaba con convertirme en un pez. Me daba igual que fuera uno grande o uno más pequeño. No me importaba los colores que tuviera. Quería ser un pez. Nadar de una anémona a otra, mezclarme en la hierba marina, pegarme al lomo de una ballena, contemplar como cambiaban los colores con el avance del sol.

Pero sobretodo quería ser un pez porque ellos no tienen memoria. Levantarme cada mañana y vivir ese día como si fuera el primero y el último. Escuchar una canción por primera vez, ver una primera película, un primer beso, una primera mirada intensa...
Sin memoria. Sin recuerdos. Sin heridas. Sin sentir como se sueltan los puntos al recordar esa traición, esa mentira, esa decepción, ese abandono.

Pero ya no soy tan pequeña y ya no sueño tan a menudo con ser un pez.

Me asusta la idea de despertarme sin recordar la sonrisa que él me regaló desde la fila de atrás, la mirada ilusionada de mi familia en el andén, el abrazo de mi amiga antesdeayer... Despertarme sin recordar el olor de mi casa o la suavidad de su piel. No sentir el impulso eléctrico que produce el recuerdo de una caricia o el choque químico de sensaciones al pensar en ese concierto de tu grupo preferido al que fuiste el año pasado...

No, no quiero perder todo aquello, aunque algunos de esos recuerdos me dejen sin respiración o intenten borrar mi sonrisa.

Cuando vuelva a soñar con peces iré corriendo a comprarme unas gafas y unas buenas aletas.